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Orientación escolar

Orientación escolar

María Gutiérrez Sorroche.

Experta en orientación escolar.

Ya son varias las décadas en las que el orientador forma parte del paisaje habitual de los centros educativos. Sin embargo, sus funciones, recogidas en normativa muy diversificada, son bastantes desconocidas.

El orientador educativo es un especialista en Pedagogía, Psicología o Psicopedagogía.  Puede tener destino en equipos de orientación, externos a los centros educativos, o formando parte los claustros de profesores. En ambos casos, comparte la mayoría de las funciones, aunque con algunas diferencias vinculadas al lugar de destino y al alumnado al que se dirigen.

Se habla de equipos externos porque los especialistas que forman parte de estos equipos tienen una sede de trabajo, pero su jornada laboral, durante la mayor parte de la semana, la desarrollan en la red de centros educativos a los que atienden.

En los casos de los equipos externos a los centros educativos tenemos dos generales: el de atención temprana (EAT), destinado a niños de 0 a 6 años, escolarizados o no en centros educativos y equipos generales (EOEP), destinado a alumnado de Primaria.

También existen seis equipos externos específicos destinados a la atención del alumnado:

  • con altas capacidades (AC),
  • con dificultades de aprendizaje (DEA), trastornos específicos del lenguaje (TEL) y trastorno de déficit de atención e hiperactividad (TDAH)
  • con diversidad funcional:
    • auditivas
    • motóricas,
    • visuales y
    • de alteración grave del desarrollo (TGD/TEA).

Estos equipos específicos dan respuesta al alumnado de todas las etapas educativas desde Infantil a educación Postobligatoria dentro del ámbito de la Comunidad de Madrid, que están asociados a su diversidad.

Las funciones que desarrollan están relacionadas con el sector, con los centros y con el alumnado. Con respecto al sector, además de otras funciones más administrativas, los orientadores educativos elaboran, adaptan o difunden materiales de utilidad para el profesorado que ayudan a la intervención psicopedagógica y colaboran con el desarrollo de programas formativos de padres de alumnos.

La relación con los centros educativos establece un perfil en el que se desarrolla una colaboración muy estrecha con los tutores a través del Plan de Acción Tutorial, con los profesores de apoyo específicamente y con el profesorado en general en la prevención y detección de dificultades o problemas de desarrollo personal y de aprendizaje que pueda presentar el alumnado. Además, forma parte de la Comisión de Coordinación Pedagógica del centro y promueve la cooperación entre la escuela y la familia.

Pero sin duda, la función más conocida del orientador educativo en estos equipos es la evaluación psicopedagógica del alumnado. En el caso de los EAT, esta evaluación es primordial para la detección precoz de las necesidades educativas y su adecuada orientación. En colaboración con las familias y con los centros, el orientador educativo debe ofrecer las mejores opciones educativas para la optimización del desarrollo del menor en los periodos de mayor plasticidad del ser humano. En el caso de los EOEP, se continúa con la supervisión de los casos detectados con anterioridad, se evalúan nuevas propuestas y siempre deben realizar una evaluación psicopedagógica, antes del cambio de modalidad (de educación ordinaria a educación especial, o viceversa, si se diera el caso) y antes del cambio de la etapa primaria a secundaria.

Esta evaluación psicopedagógica es una de las funciones más relevantes para el orientador educativo ya que, a través de ella, se concluye la determinación de los recursos especializados que la administración debe aportar a los centros educativos para atender y dar respuestas a las necesidades educativas del alumnado.

Todo lo anterior se suscribe igualmente para el orientador educativo de los equipos específicos, principal colaborador con los orientadores de los equipos generales y de los centros educativos en la detección de las necesidades derivadas de la diversidad funcional específica que les compete y en el asesoramiento de las medidas, materiales, metodologías e intervenciones a adoptar por el equipo docente, los centros y las familias en relación a las necesidades del alumnado.

El orientador educativo en los centros de Educación Especial forma parte del claustro de los centros. Contribuye a la mejora de las estructuras organizativas ya que ayudan en la planificación y desarrollo de las medidas docentes, adaptativas y de orientación profesional que se desarrollan de manera específica en estos centros, coordinando la atención multidisciplinar que el alumnado necesita.

El orientador educativo de los centros de Secundaria, Bachillerato, Educación de Adultos, CEIPSO (Centro de Educación Infantil, Primaria, Secundaria Obligatoria) y Formación Profesional (aunque hay orientadores en pocos) también forma parte del claustro del centro. Las funciones son similares a las ya comentadas, pero además tienen horario lectivo, es decir, imparten clases a los alumnos durante algunas horas.

En los casos de los centros de educación secundaria, en los que generalmente se imparten las etapas de ESO, Bachillerato y, a veces, FP, la función de la orientación académica y profesional cobra un peso específico dentro de las responsabilidades de este especialista. Son muchas las opciones que se pueden adoptar dentro de estas etapas y asesorar y compartir con cada estudiante y su familia la toma de decisiones, a veces decisiva, para el futuro del alumnado supone una de las labores más relevantes del orientador educativo.

Si, personalmente, tuviera que elegir uno de los dos modelos de orientación educativa vigentes, en equipos externos o dentro de los claustros de los centros educativos, sin lugar a duda, elegiría este último modelo. Cuando el orientador “vive” en el centro, se impregna de la cultura del mismo; cuando trabaja día a día en el mismo lugar puede realizar verdaderamente un seguimiento individualizado del alumnado, no solo del que tiene dificultades de aprendizaje; cuando convive con el profesorado y está en contacto con las familias realmente puede colaborar con el resto de los agentes en mejorar la convivencia de toda la comunidad educativa. En definitiva, un orientador educativo dedicado a un único centro, a tiempo completo y con una ratio de alumnos ajustada es sinónimo de calidad. Calidad y capacidad de prevención primaria. Puede prevenir identificando precozmente dificultades de aprendizaje o alguna disfuncionalidad social y/o emocional; puede prevenir el absentismo y el abandono escolar; puede prevenir, compensando, factores de riesgo social.

A lo largo de las últimas décadas el perfil del orientador educativo ha ido cambiando tanto en su papel como en la visión que se tiene del mismo en la comunidad educativa. Se ha pasado de asociarlo a la labor, casi exclusiva, de la evaluación y detección de necesidades, a ser un consultor que asesora en la toma de decisiones psicopedagógicas de los centros.

Todas estas funciones pueden ser englobadas por ámbitos (Bisquerra y otros, 2008): la orientación profesional, la orientación en los procesos de enseñanza-aprendizaje, la atención a la diversidad y la orientación para la prevención y el desarrollo. Todas ellas, son desarrolladas por el orientador educativo de una manera u otra, con mayor intensidad o menos, según las etapas educativas y el alumnado al que atiende.

El desarrollo tecnológico, la pandemia, las metodologías activas, los cambios normativos y sociales de los últimos años hacen del orientador educativo una pieza clave en cualquier centro educativo. Asociadas a los ámbitos comentados con anterioridad se vinculan muchas funciones que se incorporan con naturalidad a la figura del orientador educativo. Estas funciones están asociadas a necesidades que tiene el alumnado, que, si bien no son nuevas porque siempre han existido, sí ocupan ahora mayor relevancia social, dándoles la importancia que realmente deberían haber tenido. Estas necesidades son tan variadas que al especialista en orientación se le atribuye prácticamente todo lo que pasa en el centro: un alumno con un ataque de ansiedad, con capacidad pero con resultados bajos, que falta asiduamente a clase, que presenta autolesiones, indicios de problemas de salud mental, aislamiento social, cuestionamiento de su identidad de género; nuestras atribuciones se extienden aún más, la información y gestión de becas, coordinación con los recursos externos (otros agentes educativos, psicólogos, servicios sociales…), informes individualizados, protocolos si hay sospechas de acoso o suicidio; actuación ante un grupo que no termina de funcionar; en el que las relaciones no son las que deberían, organización de charlas formativas realizadas por entidades externas al centro que enriquecen el Plan de Acción Tutorial y a los que hay que adaptar un horario para que el alumnado pueda beneficiarse de esas sesiones (policía nacional, ONGs, servicios del ayuntamiento, especialistas de área de atención primaria de salud…)

Todo ello exige al orientador educativo, además de la que ya tiene, una formación especializada en ámbitos como la mediación, la resolución de conflictos, prevención de conductas de riesgo, inteligencia emocional… para poder convertirse en el perfil polivalente que la realidad reclama y así poder dar respuesta a las múltiples situaciones que se plantean en los centros educativos día a día.

El problema es que este aumento en el ámbito de actuaciones a desarrollar no va asociado a un incremento en la cantidad de orientadores educativos de los centros lo que lleva a un colapso, en muchos casos, de las actuaciones que puede llevar a cabo un único orientador para atender a mil alumnos. En estas situaciones, el orientador siente que solo puede ir “apagando fuegos” o “poniendo parches” en las vías de agua para evitar que el barco naufrague. Lejos queda lo que debería ser un trabajo planificado, coordinado con los tutores, atendiendo a los principios de la prevención y la inclusión, apostando por una comunicación fluida que posibilita la adopción de medidas consensuadas entre todos los agentes implicados. A veces, es más una atención parecida a las urgencias de un hospital, con triaje: lo más urgente y especializado lo aborda el orientador educativo en el mismo momento, lo que puede esperar, a mañana y lo demás pasado mañana o la semana que viene o que lo atienda el tutor.  El tutor es atención primaria y buena, sí, pero no es la atención del especialista.

Como madre, saber que el centro al que acude mi hijo tiene un orientador escolar me aporta tranquilidad. Sé que, si cualquier profesor identifica que está solo, que su comportamiento da indicios de algún problema, si notan que se encuentra indeciso sobre sus opciones académicas, si sus miedos limitan su desarrollo, si no está obteniendo los resultados que se esperarían de él, si no encuentra su sitio en casa, si él siente que no se siente… hay un profesional que va a hablar con él y con el que él puede hablar. Un profesional que le puede identificar sus dificultades, si las tuviese; que le va a ayudar a pedir ayuda al adulto; que se va a comunicar con la familia para que lo atienda otro especialista si fuese necesario; que le va a facilitar material y recursos para que busque ese futuro que no encuentra; que va a hablar con su tutor para darle pautas que le facilite su integración en clase; que va a entender sus sentimientos cuando, a pesar de su gran esfuerzo, no ha obtenido el éxito que esperaba; que va a observar su recreo y sus clases para identificar por qué nadie quiere jugar con él; un profesional que lo va a acompañar, en sus diferentes variantes, a lo largo de toda su etapa educativa.

Si preguntamos a los padres qué desean para sus hijos contestarían, en su inmensa mayoría, que desean que sean felices y tengan un buen futuro. El orientador educativo añadiría también que sepan disfrutar del camino. Disfrutar a pesar de todos los inconvenientes que se puedan encontrar en ese tránsito. Sólo así haremos personas resilientes en un mundo tan cambiante como el que les tocará vivir a los menores de hoy. El orientador educativo acompaña en ese discurrir a cada alumno/a para que cualquier incidencia que surja no le impida llegar a la meta, sea la que sea. Y si no sabe cuál es su meta, que al menos siga el camino hasta que encuentre, acompañado, su lugar en el mundo. 

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